Cuando era pequeña, comenzábamos la celebración del Día de la Madre trayendo su desayuno a la cama. Entonces, aún en la cama, le daríamos las artesanías hecha a mano en la escuela y un regalo comprado en la tienda (a menudo un artículo para el hogar, ¡¿no la veíamos diferente de su papel de ama de casa?!). Nosotros lavaríamos los platos y no la dejaríamos hacer ningún trabajo (claro, ella tendría la casa en orden desde el día anterior, así que no había mucho que hacer). Papá también compraría flores, y podríamos enorgullecernos de haber honrado a Mamá en el Día de la Madre.
El día después, todo sería igual que todos los demás días del año. Mamá cocinaría, limpiaría, lavaría, plancharía, haría todas las compras y otras tareas domésticas y confeccionaría nuestra ropa. Mantendría el jardín y arreglaría la casa, nos llevaría a clases de música y deportes, a las citas con el médico, terapeuta, dentista, peluquero… Cultivaba vegetales, hacía mermeladas y salsas, horneaba tortas y galletas. Ella era nuestra consejera, organizadora de fiestas y picnics. Ella inventaba juegos, hacía de juez y supervisaba las sesiones de manualidades. Ella se mantenía despierta mientras estábamos enfermos y nos cuidaba hasta que nos recuperábamos. De hecho, había poco que mamá no pudiera hacer a través de su fuerza de voluntad y espíritu de sacrificio. No había nada que ella no hiciera, por fuera de su inmenso AMOR.
Luego, mientras crecía, más mujeres trabajaban como empleadas remuneradas y a mi madre a menudo le preguntaban: “¡¿No trabajas?!” Todavía puedo ver la mirada indignada de mi madre, una mezcla de frustración e incredulidad. “¡¿Yo no trabajo?!”
Ella trabajaba más horas de lo que la ley permitiría a cualquier empleado pagado. Trabajaba más duro y con más entusiasmo en una gran variedad de tareas. Ella era una maestra multitarea y nunca gastaba el dinero innecesariamente. Ella se hubiera ganado un premio por “atención al cliente” si hubiera habido uno, y mantenía un alto nivel sin presión externa y sin la promesa de bonificaciones.
Sin embargo, el problema era, y sigue siendo, que el trabajo de una madre en la familia y en el hogar no se valora (¡más bien, a menudo se da por hecho!). No aparece en los balances de la economía y no cuenta en el Producto Nacional Bruto. Las habilidades y el espíritu que aporta al trabajo no se consideran dignos de una carrera profesional y el valor que agrega a la sociedad al crear ciudadanos conscientes y responsables no tiene importancia. Sin embargo, su trabajo no remunerado mantiene la economía en funcionamiento.
“¿No trabajas?” … Mi madre seguramente trabajó, pero más que nada, mi madre se preocupó y nos crió, y nadie en el mundo hubiera podido hacer eso como ella. Y el mundo necesita más de eso. Más cuidado, más cariño. Más AMOR.
El mundo depende del trabajo no remunerado de millones de madres en todo el mundo, se mueve por su sacrificio, su cuidado, su crianza y se nutre de su AMOR.
Este Día de la Madre, celebrémoslo, no con chocolates y flores, sino dándoles el valor, la dignidad y el respeto que merecen. Y no solo hoy. CADA DÍA.