Este es el tercer artículo que sigue a un incidente justo después del lanzamiento del proyecto “Rompe el Silencio“. Lee aquí el primer y segundo artículo.
En resumen, la interacción fue así:
El video del proyecto fue publicado en un grupo de WhatsApp.
En 5 minutos, un miembro masculino respondió con un comentario del tipo “Los hombres también son acosados por las mujeres”.
Expresé mi falta de sorpresa por su respuesta ya que “siempre hay alguien”; le sugerí que haga entonces algo por esos hombres y compartí un enlace de las estadísticas sobre el nivel de acoso que enfrentan las mujeres y que los hombres subestiman.
Otras mujeres del grupo también reaccionaron, en su mayoría diciendo que no hay comparación con lo que les sucede a las mujeres en términos de acoso.
El comentarista original respondió ampliamente, defendiéndose a sí mismo y a su mensaje, sugiriendo que no sabíamos leer sus intenciones, que lo habíamos entendido mal, que le duele que él y otros hombres sean juzgados y considerados “el resto” mientras que él es un gran defensor de las mujeres quien rechaza la “norma masculina” y que su respuesta fue con empatía y que esas palabras siempre se malinterpretan.
En este punto, estaba exasperada. Y sí, una vez más me vi obligada a dar sentido a todo lo que estaba pasando en mi mente, mi corazón y, de hecho, en cada fibra de mi ser.
Me di cuenta que estoy harta y cansada de tener que asumir la carga de lo que nos pasa como mujeres y manejar toda la discusión del asunto con los hombres. Me recordó dolorosamente por qué a menudo simplemente no respondemos, no hablamos, no comentamos: porque es demasiado desgastante y frustrante luego tener que defendernos de las reacciones. No es porque no queramos. Es porque estamos cansadas de hacer doble de trabajo.
Acompáñame por un momento y considera lo siguiente, pues esta es la realidad de las mujeres en cualquier parte del mundo.
- A diario nos enfrentamos al acoso, ya sea en el trabajo (“son solo bromas”), en la calle (“sonríe, hermosa”) y en línea (“qué esperas, las mujeres se visten como putas”, “te mereces ser violada”, dickpics no solicitados y mucho más).
- Continuamente tenemos que estar atentas en las calles (“¿Qué lado es más seguro?” “¿Quién camina detrás de mí?”), en el transporte público (dónde sentarse o pararse para reducir el riesgo de ser manoseada), cual implica estar en guardia todo el tiempo y estar preparadas para … bueno, para todo. Esto requiere mucha energía.
- Cuando sucede algo – imposible de evitar y que no, no fue mi culpa – lidiamos con nuestro enojo, impotencia y vergüenza, además del aumento del miedo.
- Tomamos la decisión de contar o no contar, y ambas tienen un precio. Si no lo digo, la ira puede consumirme. Los efectos a largo plazo no son claros pero indudablemente dañinos. Si lo digo, necesito estar lista y ser capaz de soportar las reacciones.
- Una media vía es contar de forma selectiva. Y así en un espacio seguro de sororidad compartimos y durante horas escuchamos las historias de nuestras hermanas. Compartir una experiencia nos libera, pero escuchar muchos relatos similares, al mismo tiempo alimenta la ira, la frustración, la tristeza y los sentimientos de impotencia. Nos consolamos entre nosotras y cuando me retiro a mi cueva de la soledad me pregunto si tendré la fuerza para seguir haciendo esto. Cada vez el resultado es el mismo: con el alivio de las prácticas espirituales y una buena dosis de autocuidado, por el bien de la justicia y el amor a mis hermanas, renuevo mi determinación de seguir escuchando, de seguir compartiendo y de seguir luchando.
- Cuando decidimos compartir ampliamente, nos espera una nueva batalla. La batalla para que nos crean (“¿Estás segura que eso fue lo que hizo? ¿Estás segura que lo hizo a propósito?”), para que nuestro dolor sea tomado en serio (“has pasado por cosas peores”) y para que nuestra experiencia no sea trivializada o minimizada (“no es tan malo”, “a otras les han pasado cosas peores”). Además, es una lucha mantenerse firme en la conversación larga, desordenada y a menudo desagradable que sigue cuando los comentarios bien intencionados son en realidad expresiones sutiles de machismo inconsciente y señalar eso conduce a la victimización y a las acusaciones. Adicionalmente, están el “por qué estabas allí en ese momento”, “por qué no lo dijiste antes”, “por qué no gritaste / corriste / te defendiste” y cualquier otro “por qué no” destinados a distraer la atención de lo que realmente deberíamos estar hablando: un hombre cometió un crimen.
- Entonces queda la angustiosa decisión de denunciar o no ¿Para qué sirve? La tasa de condenas es muy baja, si es que su denuncia se toma en serio. ¿Estoy exagerando, dices? En Brasil, el 84% de las mujeres denunciaron ser acosadas sexualmente por la policía. Supongamos que las cifras son más bajas en otros países … pero esto ni siquiera debería existir. Me falta mencionar el proceso a menudo humillante para que se pruebe la agresión.
Así que esta es la pesada carga del acoso sexual sobre las mujeres. Es sustancial y, por lo tanto, la elección es constante entre “dejarlo ir” (y, en consecuencia, perpetuar el status quo) y luchar contra ello, ya sea por idealismo o por pura desesperación.
Por el fuego de la justicia que arde fuertemente en mí, la primera no es una opción. Así que continúo la lucha, por agotadora que sea.
Por eso hablo del acoso sexual hacia las mujeres, el daño que hace y sus implicaciones. Discuto, con cuidado, las causas de esta epidemia de hostigamiento y cómo las masas silenciosas deben ser despertadas, sensibilizadas y guiadas a la acción para generar un cambio en esta cultura que ha normalizado tales crímenes hacia la mitad de su población.
En consecuencia, entro en discusiones con hombres bien intencionados, como en este incidente en particular, que con buenas pretensiones de “equidad, igualdad y empatía” y una buena dosis de ego (“Lo sé, lo sé, simplemente me malinterpretas” ) son parte del problema.
Tengo la responsabilidad de señalar dónde están sus prejuicios inconscientes y dónde sus acciones y palabras muestran un machismo (sutil). Es una tarea ingrata destinada a crear problemas, pero es un riesgo que estoy dispuesta a correr.
Sin embargo, tengo que andar con cuidado, porque él es uno de los “buenos chicos”, que reside en el área gris entre los extremos de los machos brutos y los aliados incondicionales, uno de esos hombres que nunca dañaría activamente a una mujer pero que tampoco ha cavado más profundo. Sin embargo, podría estar bastante lleno de sí mismo, enorgulleciéndose del hecho de que tiene respeto por las mujeres y su ego es delicado. Puede que siempre se haya considerado un gran aliado de la causa de la equidad de género, y aquí le digo que aún no ha alcanzado ese estatus de santo.
En el mejor de los casos, se retira para lamerse las heridas y emerge más humilde y sabio, un paso más cerca de ser el aliado en el que algún día podría convertirse.
No obstante; lo más probable es que su honor está herido y me diga que lo acuso de abusador y (el peor tipo de) machista. Me dice lo injusto que es que todos los hombres sean considerados peligrosos y enemigos y que los hombres buenos son las víctimas aquí.
“Puede que no seas un peligro, pero eso no te convierte en un aliado”, pienso, pero me guardo mis pensamientos. “No, no intento quitarte tu privilegio. No socavo tu masculinidad. No estoy diciendo que seas un abusador. Todo lo que estoy diciendo es que tú también eres un producto de esta sociedad machista y que tú, como cualquier otra persona, tienes puntos ciegos y creencias de las que no eres consciente, y que si pudieras escucharme con la mente abierta, sin entrar en la defensa, podrías entender que lo único que pido es que yo también pueda sentirme libre en los espacios públicos, que pueda tomar un autobús sin temor a ser manoseada y que pueda expresar mis opiniones de igualdad sin recibir amenazas de violación ni ser llamada una Feminazi “.
Puedo optar por debatir sus palabras o cortar la conversación aquí. Por lo general, opto por lo último. Uno tiene que elegir sus batallas, y este es un caso perdido por ahora.
Quizás en el futuro, en alguna otra oportunidad, pueda decirle: “Lo entiendo. Entiendo que tienes tus prejuicios y tu programación y que no es tu culpa. Sin embargo, SÍ ES tú responsabilidad deshacerte de ellos. No esperes que haga eso por ti “.
Porque de verdad, estoy harta y cansada de tener que hacer el trabajo por los dos.
Por un lado defender a las mujeres, ayudarlas a levantarse, escuchar sus vivencias, sentir su impotencia en mi propia carne, ayudarlas a sanar sus heridas, construir su autoestima, darles valor, reavivar su espíritu de lucha, asegurarles que el futuro será mejor …
Y por otro lado, señalar ingeniosamente a los buenos hombres su sutil machismo, hacerlos conscientes de sus puntos ciegos y qué hacer con ellos, y apoyarlos cuando acepten el hecho de que no son los grandes aliados que pensaban que eran.
Mi petición es sencilla: hermanos, abran los ojos y pónganse las pilas. Sean valientes y asuman la responsabilidad. Hagan su parte. Si después de eso todavía tienen energía y tiempo, ayuden a sus hermanos que aún están cegados por sus prejuicios a hacer lo mismo. Lleven su parte de la carga del acoso, para que yo no tenga que llevar la doble carga.
Sean aliados en la acción, no en el idealismo teórico.
Didi me siento tan identificada con tus palabras!! Y feliz de saber que no estoy sola en esta lucha, que cada una desde su lugar ,aportamos para que este sea un mundo mejor! Gracias por guiarnos en este camino!!
Gracias Didi que la labor tan titánica desgraciadamente también los hombres sufren acoso al igual que nosotras las mujeres no saben cómo defenderse o hacerse escuchar . Gracias por tus enseñanzas.